Era el año 2008, la primavera empezaba a coquetear Nueva York, y con ella los vestidos de flores y colores brillantes. Mi vida transcurría entre Queens y Manhattan. En Queens vivía, o más bien sobrevivía, como podía. En Manhattan trabajaba al lado del “Empire state building”, al que no se por qué carajos nunca entre, en American Eagle, donde trabajaba en la bodega como auxiliar. Todos los días despertaba a las tres y treinta para estar sin falta antes de cinco en la empresa, descargar la mercancía y luego organizarla en los anaqueles. En la bodega trabajaba con un dominicano de nombre Confesor, pero que de cariño le decíamos “Confe”. Confesor estaba obsesionado con el “toto” así le dicen a la vagina en República Dominicana, y se la pasaba toda la jornada laboral hablando de “totos”, por eso mi vida por esos días era de mucha ropa y “toto”. Pero bueno me estoy yendo por las ramas. Durante un fin de semana, compartiendo con unos amigos, tomamos muchas “coors light”, balas de plata, como...