Era el año 2008, la primavera empezaba a
coquetear Nueva York, y con ella los vestidos de flores y colores brillantes. Mi
vida transcurría entre Queens y Manhattan. En Queens vivía, o más bien sobrevivía,
como podía. En Manhattan trabajaba al lado del “Empire state building”, al que
no se por qué carajos nunca entre, en American Eagle, donde trabajaba en la
bodega como auxiliar. Todos los días despertaba a las tres y treinta para estar
sin falta antes de cinco en la empresa, descargar la mercancía y luego organizarla
en los anaqueles. En la bodega trabajaba con un dominicano de nombre Confesor,
pero que de cariño le decíamos “Confe”. Confesor estaba obsesionado con el “toto”
así le dicen a la vagina en República Dominicana, y se la pasaba toda la
jornada laboral hablando de “totos”, por eso mi vida por esos días era de mucha
ropa y “toto”. Pero bueno me estoy yendo por las ramas. Durante un fin de
semana, compartiendo con unos amigos, tomamos muchas “coors light”, balas de
plata, como le dicen allá y en fin, cuando me di cuenta era hora de irme a
cambiar para ir a trabajar. Creo que ese día llegue un poco pasado de tragos
porque mi jefe “Tory” me dio un chicle. Esa madrugada cuando esperaba el “subway”
en la avenida Roosevelt, el trasnocho y las “coors” me tenían confundido y el metro
no llegaba. Estaba impaciente, borracho y soñoliento. Me senté en las escalas que
bajaban al pasillo donde esperaba el metro y me quede dormido. Me despertó un policía,
inmediatamente se me vino la palabra deportación a mi mente. Me pidió mis documentos,
verifico los datos, así como hacen en Colombia a través de radiotransmisores. Luego
de esto me informo que había cometido una infracción al bloquear el paso de los
peatones y me dio una multa, cincuenta “dolaretes” por obstaculizar el paso,
por haberme quedado dormido, por pendejo; cien mil pesos del alma que, cuando recibí
mi pago tuve que cancelar. Aprendí que desconocer las leyes no te exime de
recibir un castigo al infringirlas.
El 19 de diciembre de 2013 fue expedida
la ley No 1696, esta ley endureció las penas a las personas que mezclen el alcohol
con el volante. Esta ley sentó un precedente para los legisladores colombianos
ya que, desde que empezó a regir se han reducido los casos de conductores
ebrios, debido, más que todo al miedo de tener que cancelar una de estas multas.
Esto nos muestra un camino para otros aspectos que afectan la vida de todos como
la salud, la educación y los servicios de telecomunicaciones, por ejemplo, que
necesitan muchas regulaciones para que no sigan atropellando a los usuarios. El
endurecimiento de las sanciones y el aumento en el valor de las multas, aunque
es una manera dura de empezar a respetar las leyes, sería un buen principio
para crear cultura ciudadana en este país.
- Apoyemos el voto en blanco.
- El por qué carajos es mi pequeño homenaje a Gabriel García Márquez.
@riverojuandavid

Comentarios
Publicar un comentario