Una ciudad que se define como próspera, con más de medio millón de habitantes, no debería detenerse ante una lluvia. No debería encogerse ante un aguacero. Sin embargo, Montería enfrenta hoy una tragedia que va más allá de la pérdida material: un menor de once años murió ahogado el pasado 8 de agosto en un canal de riego durante una fuerte lluvia, un hecho que ensombrece nuestra convivencia y denuncia de manera irreversible la urgencia de invertir en un drenaje pluvial digno . Es inadmisible que, mientras los ciudadanos quedan aislados en sus barrios, los vehículos sucumben a calles convertidas en corrientes furiosas y las placas se extravían, los recursos públicos se destinen prioritaria e innecesariamente a engrosar una imagen urbana sin sustento real.
Durante años hemos escuchado anuncios, planes y promesas sobre un sistema de drenaje pluvial que alivie barrios como Monteverde, El Recuerdo, La Granja, Altos del Sur y la margen izquierda . La administración del alcalde Kerguelén ha presentado un ambicioso proyecto en cuatro fases, con un costo estimado en 360 000 millones de pesos tan solo en su primera fase . Este sistema, que busca redirigir las aguas lluvias hacia el río Sinú en lugar de saturar canales como el de Ranchos del Inat, plantea cambios necesarios como ajustes de pendientes, construcción de estaciones de bombeo y reutilización para riego . Sin embargo, la magnitud de la inversión y la prioridad que se le da a su ejecución, en relación con otras necesidades municipales, es motivo de debate.
Resulta doloroso ver cómo la infraestructura crónica de drenaje colapsa aún después de labores de mantenimiento. En los sectores más golpeados, incluso cuadrículas como El Recuerdo y La Gloria registraron más de 60 mm de lluvia en solo cuatro horas, y aun así el sistema se desbordó, sin importar que previamente hubiera sido limpiado . La empresa Veolia ha realizado labores de despeje en más de 50 km de canales, retirando toneladas de residuos como plásticos, llantas, muebles o elementos insólitos como sofás . Pero en un modelo de ciudad de más de medio millón de habitantes, esto ya no basta.
El fallecimiento del menor no es una tragedia aislada, sino un signo de alarma. La ciudad, en vez de destinar esfuerzos reales a prevenir inundaciones, sigue invirtiendo en celebraciones, reinados, fiestas, espuma y resurfaces digitales para alimentar una “popularidad” superficial. Se jurisprudencia: no se puede exhibir una ciudad divertida sin garantizar la seguridad física mínima, sin asegurar la movilidad ni proteger a quienes menos lo merecen perder. La prioridad debe cambiar ya.
El mismo anuncio de avances en un estudio detallado de riesgos por inundaciones y movimientos en masa en el área urbana, hecho en junio de 2024, resalta la existencia de este conocimiento técnico . No desconocemos nuestras vulnerabilidades; tenemos claro cuáles zonas son más propensas, cuáles arterias se inundan primero, y qué estrategias estructurales pueden aliviar las cuencas y promover corredores verdes capaces de absorber el agua . Incluso se plantean alternativas sostenibles como parques inundables y drenajes que funcionen como esponjas urbanas . Pero estas visiones están en pausa mientras los niños mueren, los vehículos quedan arrumbados y los ciudadanos deben esperar en charcos para poder volver a casa.
Este no es un llamado a la austeridad en las celebraciones, ni a abolir nuestra vida cultural. Los eventos festivos tienen su valor en la memoria colectiva y la identidad popular. Pero la tragedia reciente obliga a repensar, con urgencia, la distribución del presupuesto y las prioridades públicas. Si seguimos reforzando una ciudad que aparenta, mientras se deshace en sus propias lluvias, perpetuamos una irresponsabilidad que hoy nos dejó sin un niño. Las inversiones deben dirigirse a garantizar la infraestructura verde y gris que controle los escurrimientos, evacúe sin represamientos, reutilice el agua y prevenga la tragedia.
Montería puede y debe ser modelo de sostenibilidad urbana. Tenemos el capital natural, el crecimiento demográfico y la voluntad técnica reflejada en estudios, proyectos y planes. Pero falta coherencia política y ética para ejecutar esas ideas. La muerte que hoy lamentamos exige que sitio de promover desfiles adornados, se impulsen corredores hidráulicos, se prioricen drenajes funcionales, se ejecuten cuencas amortiguadoras y se integren iniciativas de drenaje sostenible que vayan más allá de lo estructural, incorporando biofiltración, permeabilidad y defensa ribereña .
Este país, esta ciudad, no necesita más maquillaje. Necesita drenaje, canales aptos para la lluvia, infraestructuras que salgan de los papeles y cierren las grietas por donde se escapa nuestra seguridad. Esta columna pretende ser un espejo: ¿en qué dejamos de lado al ciudadano para alimentar una imagen? Hoy esa imagen pesa menos que la vida de un niño. Y si no actuamos, las próximas lluvias seguirán cobrándose vidas, apilarán vehículos y reforzarán la indignación colectiva que ya no aguanta más. La ciudad de Montería está de luto, y exige que se le responda con obras y no solo con discursos en redes sociales
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