Hay fotografías que no solo muestran rostros, sino que son retratos de un país entero. Una de esas imágenes es la de Álvaro Uribe Vélez, hoy con el tiempo dibujado en la piel y con la justicia, por fin, llamándolo a cuentas. Qué bien envejecida está esa fotografía, no por el paso de los años, sino porque encarna décadas de poder, silencios cómplices y verdades que muchos no se atreven a pronunciar. Hoy, 1 de agosto, se espera sentencia por los delitos que lo condenan, y mientras tanto, Alejandro Lyons, el exgobernador de Córdoba que dejó en la ruina hospitales, escuelas y derechos fundamentales, sigue siendo un símbolo de cómo los partidos tradicionales han convertido el saqueo en costumbre.
Y ahí están sus padrinos políticos, los mismos de siempre, los mismos que también levantaron a Musa Besaile, otro nombre marcado por la corrupción y los crímenes. En esta tierra donde los clanes políticos parecen hereditarios y los votos son monedas de cambio, la pregunta no es si ellos cambiarán. La pregunta es si los ciudadanos seguirán entregando su futuro a los mismos apellidos, a los mismos partidos que han tejido esta telaraña de impunidad. Porque cuando la memoria es corta, la corrupción se vuelve eterna.
En medio de todo esto, el eco de la muerte de Jairo Zapa todavía resuena. Ese funcionario que conocía los secretos de los pagos en Córdoba y que terminó desaparecido en una historia que nunca tuvo justicia real. Un caso que debería indignarnos, pero que en este país se diluye entre titulares fugaces, mientras Uribe, Lyons, Musa y tantos otros continúan siendo figuras protegidas por los blindajes del poder.
Pero lo más doloroso no es solo la corrupción que se exhibe sin vergüenza, sino el país que hemos permitido que exista. Mientras estos políticos de cuello blanco son tratados como héroes, los verdaderos héroes —los maestros, los trabajadores, los líderes sociales— son perseguidos, estigmatizados y silenciados. Nos llaman adoctrinadores por enseñar a pensar, nos llaman guerrilleros por cuestionar. Y mientras tanto, los medios corporativos repiten el libreto, fabrican “villanos” y “héroes” según las órdenes de sus dueños, y el pueblo, cansado y desinformado, termina aplaudiendo su propia tragedia.
Así estamos en Colombia: un país donde los valores están de cabeza, donde quienes roban millones reciben homenajes y quienes luchan por la dignidad son señalados. Pero no tiene que ser así. Podemos mirar esa fotografía envejecida de Uribe y usarla como espejo, no para recordar su poder, sino para recordarnos que la historia solo cambia cuando dejamos de callar, cuando rompemos el libreto que nos dieron y comenzamos a escribir el nuestro. Porque si no aprendemos, si no reaccionamos, no serán solo las fotos las que envejezcan, será nuestra esperanza.
Juan David Rivero Raillo
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Maestro 👨🏫 rural
Activista

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