En Colombia, la política parece girar más en torno a etiquetas que a argumentos. Uno de los ataques más repetidos contra el presidente Gustavo Petro es recordarle su pasado como integrante del M-19, como si esa fuera la única carta de presentación de su vida pública. Sin embargo, esta narrativa no resiste un análisis honesto: dentro de partidos de ultraderecha como el Centro Democrático e incluso Cambio Radical, hay exmiembros del mismo movimiento que hoy critican duramente al mandatario sin que nadie les reproche su origen.
La oposición ha convertido esta historia en su caballo de batalla porque le resulta más sencillo hablar del pasado que enfrentar los resultados del presente. Y no se trata de negar que Petro perteneció al M-19, sino de entender el contexto histórico: un país donde la democracia estaba secuestrada por fraudes electorales como el que llevó a Misael Pastrana a la presidencia, cerrando la puerta a miles de jóvenes que creyeron que la única forma de transformar el país era desde la rebeldía. De ahí surgieron movimientos como el M-19, que posteriormente se desmovilizó y firmó la paz, integrándose a la vida política legal.
Paradójicamente, muchos de los que hoy repiten “presidente guerrillero” guardan silencio frente a los vínculos comprobados entre políticos de los partidos tradicionales y fenómenos como la parapolítica o la corrupción. Es una doble moral que no pasa desapercibida: se condena sin matices a Petro por su pasado, mientras se perdona o se normaliza el historial de quienes han pertenecido a movimientos ilegales o han tenido cuestionamientos graves, siempre y cuando estén en el lado “correcto” del espectro político.
Como si eso fuera poco, cuando no hay argumentos sólidos, se recurre a lo personal. Se difunden rumores sin pruebas, se exageran historias de fiestas o reuniones privadas, como si un presidente no pudiera ser un ser humano con vida propia. Es una táctica vieja: cuando no hay sustancia, se busca el escándalo.
Esa visión selectiva de la moral política no sólo es injusta, sino que empobrece el debate público. Si en lugar de mirar el retrovisor, se observaran los resultados actuales —la entrega histórica de tierras, el aumento del presupuesto para educación, la dignificación de las madres comunitarias y los avances en el agro—, habría más espacio para una discusión seria y menos para una guerra de etiquetas.
El país necesita menos ruido y más argumentos. Si la oposición quiere ser creíble, debe empezar por reconocer lo evidente: no se construye un mejor futuro hurgando eternamente en un pasado manipulado a conveniencia. La política debe juzgarse por los hechos, no por la propaganda. Y, al final, los hechos siempre terminan hablando más alto que cualquier eslogan.
✍️ Juan David Rivero Raillo
👨🏫 Maestro rural – Activista
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