Por Juan David Rivero Raillo
En la política cordobesa es imposible hablar de presente sin recordar las raíces. El actual gobernador, Erasmo Zuleta Bechara, no es un recién llegado a este ajedrez: es heredero de un apellido con historia, peso y, también, sombras. Nieto de Elías Bechara Zainúm, filántropo que en los años sesenta transformó a Montería y al departamento con la creación de la Universidad de Córdoba —la casa de estudios públicos más importante de la región—, Erasmo carga sobre sus hombros una tradición que pocos forasteros conocen. No se puede olvidar que Bechara Zainúm, movido por esa vocación filantrópica (entendida como el compromiso de usar los recursos y la influencia para impulsar causas colectivas como la educación y la salud), fue también el artífice de la Universidad del Sinú, privada, pero influyente en el Caribe.
Ese legado de educación y movilidad social convive, sin embargo, con una historia política atravesada por clanes, alianzas y escándalos. Las hijas y nietos del patriarca han tejido vínculos con partidos tradicionales como La U, y con familias de oscuros antecedentes como los Besaile, recordados por el cartel de la toga y por el saqueo sistemático de la política regional. El apellido Bechara, por tanto, no es solo sinónimo de universidad y filantropía: también está salpicado por alianzas que han derivado en corrupción, clientelismo y captura del Estado.
En ese entorno creció Erasmo. No se puede negar que carga una biografía compleja: una madre cuestionada en procesos judiciales, un cuñado exgobernador vinculado a Musa Besaile, y familiares que aprendieron a jugar en el barro espeso de la política tradicional. Aun así, Erasmo Zuleta parece haber comprendido algo que sus antecesores ignoraron: que el poder sin legitimidad termina en ruina.
De ahí que, dentro de las formas tradicionales de la política cordobesa, haya cultivado un estilo distinto: más sobrio, más dialogante y con un carisma que incluso la prensa local reconoce. Ha sabido ganarse micrófonos y titulares, y, por ahora, se mueve con habilidad en un terreno donde otros se hundieron.
Pero hay una pregunta que no se puede esquivar: ¿cómo es posible que en más de medio siglo de existencia de la Universidad de Córdoba no se hubiera abierto un programa de Medicina, pese a que era un clamor social? ¿Por qué Córdoba tuvo que esperar a un gobierno nacional de izquierda —el de Gustavo Petro— para ver nacer esa facultad, mientras las élites departamentales se ocupaban de enriquecer sus feudos privados? La respuesta es incómoda: porque durante décadas no convenía. La medicina, como la educación misma, es un territorio de poder, y ese poder estuvo controlado por intereses que no querían ceder.
Hoy, Erasmo gobierna en medio de esas tensiones. Tiene la oportunidad de demostrar que aprendió de los errores de sus familiares y aliados; que no repetirá las miserias de cuñados y primos ambiciosos que terminaron sus carreras en la cárcel o en la vergüenza pública. Su reto es mayúsculo: ser parte de un clan sin ser arrastrado por sus pecados.
En la Córdoba que lo mira con recelo y esperanza, la pregunta sigue abierta: ¿será Erasmo el político que logre transformar su herencia en una oportunidad distinta para el departamento, o quedará atrapado en el mismo círculo de poder y corrupción que marcó a sus antecesores?
El profe Juancho
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