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La epistemología del sur y la voz de Colombia en la ONU.


Por Juan David Rivero Raillo.



La intervención del presidente Gustavo Petro en la ONU no puede leerse únicamente como un discurso político de coyuntura. Es, más bien, la manifestación de un pensamiento que ha madurado en América Latina y que se nutre de las corrientes filosóficas de la epistemología del sur, de la investigación-acción de Orlando Fals Borda, de los aportes de Enrique Dussel en la filosofía de la liberación, de las reflexiones críticas de Catherine Walsh y del marco conceptual de Boaventura de Sousa Santos. Cada uno de estos pensadores ha insistido en que debemos dejar de mirarnos con ojos ajenos, dejar de entendernos desde categorías impuestas por Europa o Estados Unidos, y empezar a construir conocimiento desde nuestra propia experiencia histórica y social. Ese gesto intelectual hoy se refleja en la política colombiana y en la voz del presidente en escenarios internacionales.


Cuando Petro denuncia el genocidio en Gaza, no habla solamente como mandatario de un país del sur, habla desde la ética decolonial que reconoce que la indiferencia global también es producto de la subordinación al poder imperial. Ese pronunciamiento es justo y necesario, y no tendría que ser exclusivo de Colombia: debería ser la voz del mundo entero alzándose contra la barbarie. Pero más allá de la denuncia, lo que importa es la actitud: Colombia no es colonia de nadie, no es patio trasero de los Estados Unidos, ni de la OTAN, ni de ningún otro imperio. Somos un país soberano, independiente, que se reconoce como potencia mundial de la vida y que se atreve a hablar con dignidad.


En ese marco aparece inevitablemente la discusión sobre el espectro ideológico de Petro. Muchos lo encasillan en la izquierda radical por su pasado insurgente, pero lo cierto es que sus propuestas se ubican en el campo de la socialdemocracia. La socialdemocracia es una corriente de izquierda moderada que cree en la economía de mercado, pero bajo la regulación del Estado para garantizar justicia social. No busca acabar con la propiedad privada, sino redistribuir la riqueza para que nadie quede condenado a la miseria. Este modelo ha sido el fundamento de los países escandinavos: Suecia, Noruega, Dinamarca y Finlandia. Allí, bajo gobiernos socialdemócratas, se ha construido un Estado de bienestar sólido que garantiza salud y educación universales, una economía competitiva, altos niveles de equidad y una calidad de vida envidiable. Lejos de hundirse en el caos, esas sociedades se convirtieron en referentes de estabilidad y desarrollo humano.


Que Petro se ubique en esta corriente debería ser motivo de tranquilidad y no de miedo. Lo que propone es posible, y los resultados están a la vista en otras latitudes. Sin embargo, en Colombia, sectores que se benefician del statu quo han preferido sembrar temor, repetir la palabra “guerrillero” y cerrar los oídos. Pero la verdad es que el modelo socialdemócrata, dentro del gran espectro de la izquierda, ha mostrado ser capaz de combinar crecimiento económico con justicia social. No es comunismo, no es anarquía: es la búsqueda de un equilibrio que ponga la vida y la dignidad por encima del lucro desenfrenado.


Aquí es donde se enlaza la política socialdemócrata de Petro con los postulados de la epistemología del sur. Fals Borda nos enseñó que el conocimiento se construye con las comunidades, desde la investigación-acción participativa, y eso se refleja en políticas que buscan integrar al campesino, al indígena, al afrodescendiente en la toma de decisiones. Boaventura de Sousa Santos ha insistido en que debemos reconocer la validez de los saberes silenciados, de esas epistemologías otras, marginadas por la modernidad occidental. Catherine Walsh nos habla de la interculturalidad crítica como horizonte de emancipación, y Dussel nos recuerda que toda filosofía de la liberación comienza escuchando la voz del oprimido. Petro, al hablar en la ONU, lleva en su discurso ese tejido de pensamientos: reclama contra el saqueo histórico, denuncia las invasiones imperialistas, y propone un orden mundial basado en la cooperación y no en la guerra.


Esto no es un capricho ni un juego retórico. Es un mensaje de emancipación. Es el recordatorio de que el imperialismo ya no funciona, de que los pueblos del sur ya no aceptan el papel de obedientes, de que la dignidad no se negocia. Es también una invitación a juntarnos, no solo en Colombia sino en todo el mundo, para rechazar las políticas invasoras de Estados Unidos y de cualquier potencia que pretenda imponerse por la fuerza.


La descolonización del pensamiento no es un ejercicio teórico, es una acción política. Es la manera como dejamos de pensarnos inferiores, como reconocemos que nuestras luchas, nuestros saberes y nuestras historias también tienen valor universal. La voz de Petro en la ONU fue eso: una voz que nace desde abajo, desde el sur, desde la resistencia. Y lo que plantea no es odio ni resentimiento, es dignidad y justicia.


Colombia tiene ante sí la posibilidad histórica de demostrar que la socialdemocracia en clave latinoamericana puede abrir caminos nuevos, que la epistemología del sur no es solo un marco académico sino una guía práctica para construir sociedades más justas. En este momento, no se trata de elegir entre ser colonia o potencia bélica; se trata de reconocernos como lo que somos: potencia mundial de la vida.


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