🧠 Columna de opinión — “Bots: la nueva religión de la manipulación”
Por: Juan David Rivero Raillo
En Colombia, durante décadas, la manipulación de la opinión pública se disfrazó de “noticia” y entró por la pantalla del televisor como si fuera la verdad misma. Hoy, esa maquinaria no ha desaparecido: simplemente ha mutado y se ha hecho más sofisticada. Ya no necesita periodistas con voz grave ni grandes estudios de televisión. Ahora, basta con miles de celulares encendidos en alguna bodega del mundo, repitiendo un mismo mensaje hasta convertirlo en una realidad emocional. Son los bots: una legión sin rostro, programada para moldear no solo lo que se dice en redes sociales, sino lo que se piensa. Son la versión digital de la vieja propaganda, pero más rápida, más eficiente, más difícil de detectar.
Este nuevo ejército invisible no discute, no razona, no duda. Solo repite. Y la repetición, como bien saben quienes han estudiado el poder, tiene una fuerza casi hipnótica. No necesita ser convincente, necesita ser constante. Cada “like”, cada comentario, cada tendencia empujada artificialmente por estas granjas digitales va moldeando el clima social como quien talla la piedra con gotas de agua. El mensaje no se impone de frente: se filtra despacio, se desliza por las grietas del subconsciente. Y cuando finalmente crees algo, ni siquiera recuerdas cuándo empezó esa creencia. Así funciona la nueva guerra por el control de la mente colectiva: sin cañones, sin uniformes, sin sangre visible, pero con una efectividad brutal.
Las élites políticas y económicas han perfeccionado esta técnica. Si antes controlaban noticieros y editoriales para adoctrinar, ahora manipulan las emociones con precisión algorítmica. Ya no es necesario tener a un periodista diciendo lo que quieren que creas: ahora lo hace un enjambre de cuentas falsas que simulan ser ciudadanos indignados, preocupados o “neutrales”. Pero no hay nada neutral ahí. Mientras tú respondes a “Carlos Pérez” indignado, en realidad estás debatiendo con una pantalla atornillada a una pared, obedeciendo un guion invisible. Esto no es ciencia ficción. Es el nuevo campo de batalla político.
Y hay algo más perverso en todo esto: la ilusión de libertad. Cada vez que deslizas el dedo, sientes que eliges lo que ves, pero es el algoritmo quien ha elegido por ti. Cada vez que compartes una idea “espontánea”, es posible que estés replicando un mensaje fabricado para ti. Esta es la nueva forma de control: no se impone por la fuerza, sino por la comodidad. Nadie te obliga a creer nada; simplemente te rodean de la misma idea hasta que la haces tuya. Lo dijo George Orwell de otra manera: cuando controlas el lenguaje, controlas el pensamiento. Hoy ese lenguaje es digital, y su gramática se llama algoritmo.
El pensamiento crítico —ese que muchos menosprecian como “palabrería”— se convierte en el único escudo frente a esta ofensiva invisible. No se trata de paranoia, sino de lucidez. Quien no cuestiona, repite. Y quien repite sin cuestionar, sirve a intereses que ni siquiera conoce. Por eso esta columna no es solo un llamado a “tener cuidado”, es una advertencia directa: estamos enfrentando una maquinaria de manipulación masiva que no descansa, que no se detiene y que se alimenta de nuestra distracción. El que no aprende a pensar, termina pensado lo que otros diseñaron que piense.
La historia de Colombia ha sido escrita demasiadas veces desde arriba. Hoy, la lucha no está solo en las calles ni en los palacios de gobierno: está en las pantallas. La soberanía también pasa por saber discernir, por tener conciencia de que detrás de muchos debates virales no hay ciudadanos, hay máquinas. Y cuando comprendemos esto, cuando dejamos de ser parte inconsciente del rebaño digital, damos el primer paso para romper el hechizo. Pensar —en esta época— no es un lujo: es un acto de resistencia política.

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